viernes, 29 de noviembre de 2013

Reflexiones y nostalgias.

Nuestro héroe el Fluxómetro.

Estático a la merced inclemente de los elementos (Pero con inescrutable firmeza). Brisas matutinas, vespertinas, nocturnas, suaves, apenas trastocándolo. Chorros potentes, poderosos, matutinos, vespertinos, nocturnos y fuertes, cubriéndolo todo con aquella luz dorada tornasolada. ¡Ah! de aquel fiel servidor, al que no pocas veces recurrimos. Aquel inmute soldado de diez mil batallas que con humildad soberbia nos auxilia, como última bebida en un desierto lustrado, como aquel bastión inmutable donde hemos de descargar hasta el último rescoldo, de nuestro más profundo ser, entre albricias y juramentos, suspiros y ensimismamientos. Eres tú, otrora figura plateada, reflejante justo de un temple tranquilo, al encontrarte al fin, de entre la maraña digestiva y vernos un poco, entre el sarro y barro de tu estampa como nuestros ojos se iluminan al verte aparecer.
     Eres tú, al que hemos visto a veces, no sabemos cada cuánto. Nuevo nuevamente, sin sarro y barro, con tu cristal de nuevo, reflejando bien mil rostros, mil alivios y cariños. Eres tú,  amigo mío, tan jovial, después de un gran baño de vinagre de manzana, seguido de un suave masaje con una tela fina, volviendo a ver tu gallarda lucidez (Y tu servicial humildad). Ahí, siempre a primera vista, y con una seña de despedida al partir. Eres tú, Fluxómetro de mi alma, tan amado y tan temido. Has de llevar sobre ti, el sello de infinidad de calzado, has de saborear cada marca estampada en la suela de un pisar eterno, has de sentir los más hondos apuros, o los más suaves susurros (nunca mejor dicho) de aquellos que te buscan sin nombrarte, porque, también has de colgarte la presea del anonimato, nunca has de alcanzar las letras de oro de algún Aquiles, u otro Sargón, más bien, que tu premio sea el de servir y escuchar. Callar y recibir. ¿Cuántos secretos no tendrás, dentro de tu embolo para nosotros, para la posteridad, amigo Fluxómetro?
     ¿Qué tanto peso habrás de soportar? Allí, el mismo Atlas podría tomar posición. Y tu constitución, apenas sintiéndolo cobijaría su peso. Tú, maquila echa para la calma, donde pastillas o brebajes hacen efecto nulo en tu campo de acción. Eres tú el final de una carrera interminable, la visión que todos quieren encontrar, un amigo a quien podremos confiar. Amigo Fluxómetro, anónimo sin antifaz, héroe sin insignia, confidente sin escuchar.
      No diré “te dejo”, porque voy atado a ti. Mejor no digo nada, que ya es suficiente cuando hablo cada vez que voy a verte. Y si todos hablaríamos con todos, a como lo hacemos contigo, mejor mundo este sería, sin complejos ni incompletos.



     *     *     *     *      *      *     *     *     *     *     *     *     *     *     


Escarlata

Ese color escarlata siempre le había parecido de mucho respeto, sobrio y alerta a la vez, con toques de un estilo nostálgico pero chispeante, abrazador. Ese olor tan peculiar y el sonido tibio que emanaba su rastro a través de las cerdas cambiando la luz reflejada en cada superficie se volvió por muchos años su vida completa. Multicolor, polifacética, honorable y feliz.
               Aun recordaba cuando niño, sus primeros bocetos pueriles. Los primeros mapas trazados con sus respectivos mares y ríos. Aquellos dibujos del Pato Pascual o los copiados de Lágrimas y Risas ya venían anunciando el camino que sus pasos tomarían y que tanta satisfacción le darían. El talento era innato, solo era cuestión de aprender a trabajarlo, y eso solo se aprendía mirando. Así, encarrilado por su padre, lo llevo donde un maistro le enseñaría el arte de hacer monos y letrotas.  De esa coloreadas y que resaltaban a la vista con colores chillantes y llamativos. “¡A rotulear!” y  es que, en una ciudad de gran crecimiento como la suya después del milagro mexicano  se necesitaran muchos letreros y cartelones para todos los productos que se han de ofrecer, desde los que anuncian la gran caravana Corona hasta las fondas, mueblerías y hasta los boleros. Un amplio mercado y trabajo sin descanso.
               Esos fueron los grandes años de su vida, el trabajo ininterrumpido y honesto. Dejando su marca a través de la ciudad y reconocido como el mejor. Lo mismo marcaba un día en las puertas de los taxis los número de serie y su sitio que el dibujo sensual de una vedette en cualquier burdel. Ese era su vida, su confort. Le dio para comer, para su casa, para su modesto auto, para mantener a su familia y vivir, si no con lujos, fue sin pasar penurias, para respirar tranquilo. Estaba satisfecho, siempre lo estaría. Pero los años pasan, y todo avanza con ellos, desde los hijos crecidos y casados hasta la temblorina de sus manos que no le dejan ser el mismo de antes. Aun puede trabajar, y aun lo hace, pero ahora trabaja menos y recuerda más, se pierde más entre esos trazos y olores recordando todo aquello que dejó como marca en aquella metrópoli casi irreconocible. A veces la recorre, y mira esos nuevos edificios, con sus grandes mantas y sus letras moldeadas y compara sus dibujos, aun visibles algunos en alguna modesta tienda de nostalgia, en algún rincón de aquella cantina olvidada y se mira él ahí mismo, acabándose junto con el esmalte, junto con aquella tinta sucumbiendo ante el clima, borrándose poco a poco, honorablemente.
               Se ha perdido por un rato, siempre lo hace de un tiempo acá al estar recordando. Deja su pincel a un lado y acomoda sus recuerdos, profundizando en el color con el que esté trabajando. En ese rojo escarlata que tanto respeto le invoca, como en una gruta se sumerge en él y ralentiza el tiempo para saborear cada cuadro, cada suceso que ha marcado el devenir de los últimos años. Comienza a recordar el principio de su cuesta abajo. Cuando su teléfono comenzó a sonar menos y menos. Cuando los pinceles se comenzaban a endurecer y escuchaba cada vez más a lo lejos ese “plop” de una lata al destaparla. Las calles comenzaron a digitalizarse. Cada vez más los anuncios y carteles tenían figuras estéticas y profundidades inverosímiles. Groseras y estériles invitaciones al consumo y al mercachifle en igual de un llamativo y curioso dibujo artesanal, hecha con manos y corazón y no por aparatos grises inventados para no pensar. Acartonadas muestras de ganchos alienados y una clara idea de querer enajenar antes de cautivar con una soberbia orden hecha de plástico antes que una invitación, hecha con amistad. Toda la sutileza de la ayuda mutua en cuanto al mercado se había perdido, en una  muestra de avanzar al futuro. Ya no se sabía de dónde venían aquellos dibujos, aquellas marcas, aquellas leyendas chillantes. Solo eran parte ya de esa ciudad moderna, esa que avanza en un tiempo muy rápido y que no se toma el tiempo para observar, solo mirar y lo que se quedó, se quedó.
              
Los pensamientos siguen, no es ni sano el terminar dándole vueltas a ese asunto, como rotonda imbécil, o peor, como potro del recuerdo que le torturaba más, a cada vuelta de la esquina mental donde veía yuxtapuestos las frías imágenes de la modernidad sobre su tibio trabajo de antaño. Ya no, total. Si no se está preparado para las situaciones así, la vida nos hace prepararnos. Mejor, regresa su mente al viejo taller, su hogar, su casa, su guarida y galería. Ahí donde diluyó con un poco de thinner su alma y cuerpo y poco a poco fue a repartirlo por toda la ciudad, alegre, apurado, antes que se pudiera secar, o volar.
Ahí sentado, rodeado de aquellos moldes, pinceles, lonas y cuadros impregnaba de nostalgia ese viejo taller, en el fondo se escucha el trajinar cotidiano de su mujer. Él ha seguido pintando, escribiendo con aquel escarlata mientras medita. Los vagos recuerdos y reflexiones se entrelazan entre las cerdas de ese pincel calvo, terminando ese trabajo que cerrará el ciclo de color y lucidez que por tantos años lo mantuvo. Frente a él, terminando un epitafio color escarlata sobre la cruz de su propia tumba, seca por última vez su viejo pincel y se prepara para ir a cenar con su amada esposa.


Tito Rosales. 









viernes, 16 de agosto de 2013

Servir y proteger

La luz se apaga y enciende, es ese parpadeo como su mente el que lo tiene allí parado, frente a la ventana a las dos de la madrugada. Una brisa entre fresca y tibia se cuela entre las pequeñas cortinas y sus brazos apoyados sobre el alfeizar. Una pequeña taquicardia le acompaña, mientras los ronquidos de su mujer le aseguran que descansa tranquila en la cama. No habían sido días fáciles,  es un regalo la tranquilidad nocturna, y a la vez estar consciente de ello. Pero, aquellos recuerdos, los recuerdos frescos, y las últimas noticias de muchos sucesos donde fue partícipe activo, individual y colectivo le tienen en ascuas, confuso, pensativo y puede ser que también arrepentido.
               Corridas, jadeos, pesadez, miedo, odio y placer, su cuerpo grande pudo resistir a todo aquello, a los embates de una turba enrarecida, a un aire muy viciado que sacaba chispas electroestáticas. La armadura lo protege, siempre lo ha protegido, en casa les espera su familia, su mujer, su hija de cinco años, cada noche eran su boleto de regreso. ¿Lo hizo por ellas, o por él? ¿La patria? ¿El orden? ¿Los jefes? ¿Dios? Checó su entrada, preparó su bastón, su gas, su arma y su alma. Otro día más en las trincheras, a proteger al pueblo ¿de Quién?, pues de ellos mismos, están locos, perdidos, asustados, quieren todo para nada y uno para eso está aquí, para mandarlos al trabajo, a progresar, a vivir en paz. “Soy un héroe” se decía. Si no para que traería una armadura, y armas, para que el entrenamiento, para que el sacrificarse por tan poco sueldo, “así somos los héroes, siempre será así”.
               La gran ola humana marcaba su vaivén por la avenida. Otrora autos, ahora insultos, antes palomas hoy son escombros, ahora guerra, antes pasividad. Contaba miles, pero ellos más, y preparados. La gente usaba palos, pancartas, gargantas saturadas, exigían, exigían y exigían, ni siquiera se dignaban a pedir, ya no, ¡exigían!. Ahora usan sprays como lanzallamas, allá va la banca de la parada del camión, y un par de balas de goma se detienen entre un grupo radical. ¿Quiénes serán? ¿Por qué no están en sus casas? A quien reconocerá si van cubiertos, tienen miedo, o ¿será el gas? Tantas cosas mientras aguanta, los escudos si funcionan, pero no se puede hacer nada contra las palabras, entre el barullo se llegan a distinguir. Ahora es un vendido, un perro del amo, un vendepatrias, un lacayo de un sistema donde ni siquiera lo toman en cuenta, un opresor, pero también es pueblo, es un asalariado, un explotado, una victimas más del sistema, todo eso es, pero él dice que lo único que es, es padre y marido. Y que seguido le da hambre.
               Mira los ojos del enemigo, ya no. Muerto ya no es enemigo. Mucha, mucha rabia, hasta lágrimas le escurrían, o ¿habrá sido el gas? Era un joven, algunos veinticinco años, jodidon, pero con mucha energía, se veía que trabajaba, que le sudaba ganarse la vida, todo eso lo vio por qué él mismo había pasado por eso, un trabajador de toda la vida. Pero era un enemigo, de seguro traía, navajas, cuchillos o algún arma. Le había costado alcanzarlo, y lo atrapo en un callejón, si, aquel mismo que está a la vuelta de la nevería donde seguido lleva a su bebe a saborear ese helado de crema y fresa, roja, escarlata, así se veía la cara del paria después de algunos golpes, como gritaba, era rabia, no era miedo, él lo sabía. Le repetía que él también era pueblo, que no tenía por qué vivir siempre bajo órdenes y sin pensar. Por esa vez le hizo caso, no lo obedeció, pensó por él mismo, bueno, primero sintió, ningún pendejo le iba a decir que hacer, sintió rabia, odio, y lo descargó todo, primero se fue acordando de las deudas de la mueblería, luego que iba a pagar la renta y por último los problemas con su esposa, y ahí lo dejó, no lo creía muerto, solo unos golpecitos, solo algunos para que escarmiente. Luego se acordó de su hija y simplemente regresó, la amaba tanto.
               En la televisión anunciaban la cura para los problemas que ocasionaba la comida del anuncio anterior, luego en el noticiero narraban un enfrentamiento entre bandas de tendencia política contraria en una manifestación, veintitrés muertos, la policía pudo por fin lograr la paz mediando entre ellas. Él sabía que no era así, él sabía que algo andaba mal, le habrán dado mal la información al locutor, bueno, después se aclararán las cosas. Igual y los muertos, todos son parias, antisociales que no merecen vivir, parásitos que viven de limosnas. Pero hay más canales, y a veces le cambia, pagar la televisión por cable y ver solo el mismo canal, el de las telenovelas y los programas de concursos se ha convertido en un vicio de siempre. Los canales son otros, de otros países algunos, entre ellos y el salto de número aparece ese joven, el de la mirada rabiosa, al que le dio una lección ¡uno de los muertos!
               Estudiante, trabajador en un taller de torno, trabajador social, voluntario en programas de cultura y ayuda indigente, y hasta músico. Todo eso anuncian en la tv, en todo eso se desempeñaba su muertito. Y él ¿qué es? …guardián del orden, protector de la ciudadanía o ¿asesino de torneros? y estudiante además. Es él, lo reconocería donde sea, su mujer le mira, sabe que él sabe, frígida y distante. ¿se podrá ser un hijo de puta sin saberlo? pues ya lo sabe, esos golpes fueron para matar, sin pensarlo. Justo como el muerto dijo “piensa por ti mismo” y ahora que lo piensa, no lo hubiera hecho, lo habían entrenado para matar, pero no así, no a él. Ahí mismo, en la televisión pasan videos de muchos muertos, todos por el mismo estilo, y el joven, su muerto, aparece pintando bardas con bonitos dibujos, regalando libros, dando de comer a vagabundos, con una guitarra bajo un kiosco, mucho amor, muchas ganas. Y él, solo terror, escuchar y obedecer, llegar a casa, encender la televisión, abrir el refrigerador y las piernas de su mujer y ver a su hija dormida, sin siquiera escuchar su voz. Ese gran circulo, hasta ahí llego su cadena, y no da más. ¿Qué le podría decir a su hija sobre su trabajo? “mato gente, aplasto cabezas, y me pagan por ello, y a veces hasta lo disfruto”.
               Sigue la brisa recorriendo sus brazos y su pecho, los grillos hacen coro mientras muy de vez en cuando un auto cruza su calle. La noche se ve más clara, no sabe si es que ya va amanecer o si es por su mente refrescada. Sigue pensando, deambulando, su humanidad le tortura, la indiferencia también, alternan una batalla irónica, ser un ser humano para amar a su hija y darle futuro y a la vez ser indiferente y solo cobrar su cheque, para darle futuro, una cosa resta a la otra, ¿humanidad o indiferencia? apenas recuerda el sumar. ¿Qué le ha agregado a su vida desde la última vez?, desde el nacimiento de su bebé. Un pequeño sollozo lo altera, es su hija, a un lado, asustada pero alegre, toma su mano, le abraza, su hija puede ser el joven que murió, piensa en los padres del tornero, y piensa en sí mismo, él que aún puede abrazar a su vástago, y los otros, solo un frio ataúd. La recuesta, vuelve a dormir profundamente, él no puede. Se marea, se confunde, se altera, todo en silencio. Se repone en la ventana, mira al mundo, ahí mismo, en su cuadra, los reflejos del joven tornero se pueden ver en algunas bardas pintadas, mensajes hermosos, pensamientos acogedores van avanzando como enredadera en una barda que solo tenía grafiti inteligible de vagos sin futuro, piensa él. ¿Qué hacer? se deprime aún más, se marea, y sus jefes piensa, durmiendo tan tranquilos en sus camas, o de putas y cocaína como siempre. Un desasosiego le acompaña, faltan fuerzas en ese cuerpo grande, no quiere ser ese padre para su hija, ni ese marido para su esposa, más padre que marido. Está llorando, llora por los muertos, por su muerto, por esa mirada que le dio y que jamás podrá olvidar. Observa la barda, aún está incompleta, se les habrá terminado la pintura piensa. Recuerda que él tiene algunas en su patio, amarilla, verde y roja, roja escarlata. Hoy piensa terminar con todo, ya no hay vuelta atrás, inocente ante la ley, culpable ante sí mismo, al revés hubiera sido mejor, ya no puede hacer nada. Recuerda también que tiene brochas, duras, pero brochas. ¿Cómo comenzar? ¿Cómo terminar? Que honorabilidad le queda, ante una mirada fiel de su bebé. No lo sabe, pero sus lágrimas y pecho si, toma su pistola, un viejo revolver. Lo palpa, lo siente, ¿cuantos más podría matar con él?, ¿cuantos torneros se presentaran a tiro, y verlos caer entre el cañón humeante?, Ya no, sería lo último, tiene manos sudorosas, el calor le invade el cuerpo, junto con un gran temblor, ¿Qué hacer? Se apunta el cañón a la cabeza, se arrepiente, lo vuelve a poner, toma una brocha, toma la lata de pintura roja, ahí está, en la madrugada, lagrimeando, sudando a chorros, con una pistola en mano, y en la otra una lata de pintura resbalando, ¿acabar o comenzar? tiembla, tiembla. De pronto, un ruido seco primero y un eco fuerte ha retumbado aquella casa, ahí hay un cuerpo, su familia ha despertado, en el piso se ve correr una mancha en desnivel, una mancha liquida de color rojo escarlata.


¿Comenzar o terminar?

martes, 14 de mayo de 2013

...



A través de ti.

¿Y qué tan grave podría ser,
el echar andar con lo que fui hecho?
Activar la opción de cerrar los ojos
y aspirar a fondo. De alargar mis manos
y tantear con tino. Escrutar hebra a hebra,
aquella cabellera nueva, que saboree  
mi lengua un sabor lejano.
Envolverme en telas, que jamás he visto
y hurgar por dentro una oscuridad compinche.
Sentir ese roce cómplice entre dos pieles
que se funden y se alargan sin encontrar sus fines.
El quitar, prenda a prenda hasta dejar el alma,
y aun con los ojos cerrados sentirnos en uno, 
esgrimiendo el cariño propio para protegernos,
en fin, entre hurtadillas amarnos como solo
nosotros lo sabemos, en sinceridad, 
concorde a como fuimos creados.
Así, tocar los vestidos, saborear labiales,
rozar nuevas pieles, y abrir nuevos ojos para
acomodarnos ese nuevo peluquín
que nos hará sentir completos. No hombres
o mujeres, solo…completos.

* * *

Por amor

Por amor surca en el aire, aquel contenedor
con combustible y llamas.
Por amor se ha atravesado, la cabeza al opresor
con un guijarro bien lanzado.
Por amor hemos gritado, maldecido y ofuscado
con gran rabia aquellos males percibidos.
Por amor no perdonamos, solo actuamos con
sigilo.
Por amor nos mantenemos firmes, firmes
ante el embate enemigo.
Por amor hay explosiones y tormentos
para aquellos que subyugan sin vacilo.
Por amor hay barricadas, proyectiles,
a lo largo del camino.
Por amor al odio, que es el remedio al
olvido, odiaremos a los amantes de lo
simple y lo vacío. Amaremos al que odia,
directamente a aquel principio del mal
al que ha sumido, esta realidad dantesca.
Esta realidad ficticia, donde lo bueno ha sido
malo, y lo malo bendecido. Con acción directa,
con dirección activa. Una vida sin amor y odio, es
una vida perdida.





miércoles, 17 de abril de 2013

Vagantes


No había notado mi caminar en esa turbulenta hora entre un calor confundible y una brisa fresca extraviada. Los pasos me venían normales, un pie tras otro sorteando las rayas entre las losas mal hechas gracias a la bondad de una administración pasajera. Me gusta siempre traspasar esta ciudad en ruinas, saltando aquellos vestigios de pasos de cebra y el color ya ocre de la otrora raya amarilla precautoria. Estaba feliz, solo porque no estaba triste. Y ese detallito me gustaba. También me gusta saludar a cuanta persona veía en mi andar urbano, fenómeno que me causaba no poca aversión ante la gente gris y escurridiza y uno que otro interrogatorio de parte de la guardia policial. ¿Alguien saludando sin más, solo por el afán de saludar? ¡Pamplinas!...y una amonestación...sin más.

     Bueno, el viaje no debía de ser gratis (y jamás lo ha sido), pero que caray, solo se vive una vez, a menos que se sea jainista, budista o platonista y yo no soy nada de eso. Así que, sin mucha reflexión seguí mis pasos, no faltaba mucho para llegar a mi destino, o más bien, no faltaba mucho, pensante yo para recordar cual era mi destino, y en lo que lo hacía, no estaba de mas el alimentar esa afición que me da, aparte de saltar las rayas de las losas y saludar a la gente ruin, el de observar los pisos superiores de cada construcción, cada casa, cada edificio, cada ventana, cada balcón. Una acogedora idea que nos da, el pensar en ser alguien cualquiera menos nosotros mismos, a veces solo por un segundo, a veces toda una vida completa. La vida es un museo (que no debía de ser gratis) y que se había de aprovechar. Vacilante, entre guarniciones, camellones secos y monumentos a la insensatez me fui boca abierta y ojo alerta revisando allá y acá esos rinconcitos que jamás serían míos, pero que me los robaba de a poco. Muy bonitos todos.

     El semáforo tarda demasiado, muy demasiado como para darle el paso a chatarras cientos de veces más veloces que los transeúntes. Ahí estaba, entre el ruido en donde nada se dice, y el silenció de lo que todos pensamos. Decidí dar un vistazo a mis compañeros de paciencia, otros tantos que aguardaban algún otro color del semáforo que no fuera el rojo. El sol deambulaba en el cenit, sus toqueteos ya calaban un poco más y la resequedad del asfalto no ayudaba en mucho. A mi lado, una señora gorda chaparra, con una refresco de cola en bolsa acompañado por un refrigerio consistente en una bolsa de frituras aderezada con una fina capa de salsa emulsionada hecha de huevo y aceite previamente mezclados, mientras encima de esta, un aglutinamiento de granos de maíz cocidos y bañados en salsa de chile de árbol con una porción de queso debidamente distribuido le hacia abrir copiosamente  sus fauces para apenas saborear el manjar que pasaba sin mas entre su tráquea al momento que le daba un sorbo a su bebida refrescante.

     Al lado contrario de donde se encontraba la distinguida señora, un joven se acercó sereno hacia el sitio donde esperábamos el anhelado cambio de luz. Él, con una mirada a la Buster Keaton tomo el par de baldosas a sus pies y se acomodó, noté que entre sus brazos cargaba un pequeño bebe, hermoso, onírico, cuasi trasparente. Se mostraba dormido, con un pequeño esbozo de sonrisa ultraterreno. Varios cabellos rubios le serpenteaban al vaivén de un viento colado que solo llegó para darle más vida a ese ser de luz que ahí se nos mostraba. La señora entre el rumiar de su tentempié y el sorbo del pitillo miraba de cuando en cuando aquel encuadre divino que ese joven traía entre su pecho. Ya no hubo silencio ni ruido, solo observé y deambule entre pensamientos pueriles, acongojado por tan sutil oasis en aquella cacerola urbana. Yo, como poeta ramplón que soy, afine mil versos que me llegaban al ver como dormía aquel bebito a pesar del caos mundano. El sol, como había dicho, se encontraba en filo directo sobra la faz citadina, y algunos de esos rayos golpeaban directamente la cara del pequeño infante, el joven no hacía o no traía nada con que cubrirle el rostro que sin embargo no se inmutaba ni sonrojaba ante el embate canicular. Intrigado y conmovido abordé al muchacho y le dije:

-Oiga, disculpe. ¿No traerá alguna frazada u otro trapo con que cubrir de los fuertes rayos del sol a su bebe? Entonces éste, sin inmutarse respondió.

-No importa. Está muerto desde la mañana.

Y el semáforo cambió.

jueves, 7 de marzo de 2013

No pero, si.




No volteo al cielo con ningún dios. Ni siento en mi espalda el peso de su vigilia.
Aquel futuro que prometen no es más que el producto del trajinar de mis pasos actuales.

No he visto revolotear demonios o querubines mostrándome senderos confusos de verdad o de mentira, mas bien han sido mis propias piedras las que me han hecho caer o tomar impulso en las más grandes decisiones.

No espero a algún señor de barbas con ideas de perdón mientras en mi cuerpo conservo aquellas marcas de dolor que alguno de mis hermanos me ha dejado con saña y premeditación.

No siento mi existir en la cima de algún plan universal, ni alardeo de mi posición por sobre todas las nubes. Mas bien, me postro ante esta realidad tan hermosa como aterradora, tan confortante como caótica, encuentro mi lugar entre todo aquel remolino vital y sé que soy solo un eslabón y ¡hasta un eslabón prescindible! en toda la cadena de sucesos y consecuencias llamada naturaleza.

No me empapo de místicos parajes, si no vienen de los libros o el cinema. De poetas o del arte. Creo mundos que al cerrar la hoja donde escribo ahí se quedan, esperando con paciencia. He dividido muy claramente, esa línea entre la verdad y la ficción, y disfruto de ambas, cada cual en su momento, y nunca tan en serio pretendo entremezclarlas.

No me fio de aquel hombrecillo, que se cree un  sanador, y se empapa sus bolsillos de esperanza y frustración. Sus palabras no me llegan, su demagogia no me enseña, solo afirma mi postura de ser un buscador de la verdad. Pero una verdad que duela, una verdad que sienta, esa verdad que nos despierta mientras los demás sueñan.

No he pensado ser el centro, de un universo que conspira, ¿cuándo han visto un cumulo de gases que han regido nuestras vidas? No recibo esa energía, ni en los chacras ni en los chi. Son enzimas y proteínas los que marchan mi existir. Siento el goce del latir de mi corazón henchido, siento el viento que recorre este cuerpo que es el mío. No he gozado de una mente elevada, ni de un alma superior que me haga el elegido. Solamente la razón y la lógica he regido.

No pretendo ser robot, un tecnócrata reprimido. No he dejado de vivir mientras tenga un buen motivo. No es un fin lo que he buscado, mas bien es una vía la que he armado. El camino se va dando mientras tenga mis pies llanos, el mañana será ayer en un lapso bien vivido. Creo en el amor, en el odio, en lo confuso y en lo abstracto. En lo triste y en lo alegre, en la risa y en la muerte, creo en un compañero, que es mi imagen al espejo, creo en mi cerebro y en el cuerpo que ahora tengo. Creo en mucha y otras cosas, que ya no hay tiempo ni motivo de creer en un dios muerto. Una imagen bien difusa y una empresa muy lujosa.




martes, 12 de febrero de 2013

Poesía


En el entronque de ecos a través del trepidar citadino. En el de una ciudad hirviente  a las once de la mañana,  en una esquina furtiva donde el arte hacia bastión, una aliteración de versos surcaban las calles, los puestos y las malogradas caras de los transeúntes de un martes. Sabida lirica deambulaban en aquel ambiente hostil, tan lejano a la sutileza y más dado al carroñeo capital por algún alimento para el cuerpo y para el futuro. Poesía intrínseca que se añadía a las paredes cual plomo antiguo y hacía espacio al lado de afiches de ofertas deslumbrantes o cantantes baratos sin nada que decir. Era un núcleo artístico que se fusionaba con los ardores de la clase trabajadora, en aquel mercado que no paraba de trabajar y vociferar las ofertas del día, haciéndole competencia directa a Lugones o Baudelaire con su chorizo recién traído y su cabeza de res fresca.
            Eran ellos, tras un simple atril y en manos con papeles impregnados de anhelos. Alrededor, en corro, los otros seres ocupados se mostraban inquietos, curiosos pero sin dejar de lado su cotidianidad. Ahí, una suave voz derrochaba palabras extrañas pero concisas, como eslabones preciosos de fina plata, Donde una a una las palabras iban haciendo mella en aquellos atareados seres, sumiéndolos en una letanía temporal apartados de ellos mismos.
         “A nadie te pareces desde que yo te amo…” se escabulle entre las bolsas del mandado de una señora cuarentona que suspira al escuchar aquello mientras consume un refresco de dieta  y unas frituras preparadas. El murmullo citadino le fue haciendo espacio a las palabras bonitas, el sonido de los furiosos claxon fue callando respetuosamente mientras que las desgargantadas ofertas cedieron un poco a lo gratis de la poesía. Aquel poeta inerte seguía recorriendo aquellos albores de historia y melancolía, al tiempo que el sentimiento innato por lo sutil que en todos se nos presenta florecía en algún cargador de mandado o en aquella empleada de la papelería. Ahora lo entendían todos, en silencio deshilando cada palabra de aquellas cosas tan lejanas pero tan propias. En el mismo suelo donde cada día forjan ese futuro muchas veces sombrío, de ciclos interminables de lo mismo, de las mismas conversaciones, de la misma fatiga y de la misma programación televisiva. Aquel baldazo de agua fría que los hacía sentir como antaño, antes de soportar las miradas muertas de las reses o los pescados malolientes a cada instante. Aquel poeta no les enseñaba nada, solo les recordaba recordar.

“Al cielo, donde ve un trono reluciente
el Poeta, sereno, lleva sus dos brazos
y la relampagueante lucidez de su espíritu
ocúltale el airado semblante de los pueblos“.

            Pareciere detenida aquella ciudad en derredor del arte. Muchos se daban cuenta del amor por aquellas evocaciones por primera vez en su vida y, mirándose unos a otros con esas miradas pinches se decían querer participar. ¡Todos seremos poetas de nuestros momentos!, todos tenían por fin algo que contar y ahí había oportunidad. Aquel poeta seguía señalando con versos de que se compone la vida: una metafísica cotidiana que a todos nos pertenece pero que no sabemos mirar. Sus brazos se cubrían de evocaciones y tocaban aquel éter que a todos los recorría, como ondas a través del agua. Como brisa serena que los revestía de ansiedad, de ganas de hablar, y mucho. El silencio interior ya no era parte de su norma, era momento de dejarlo salir.

***
Nadie alcanzó a escuchar el silbido que se produce cuando un proyectil cursa el aire partiéndolo de repente, ni ningún sollozo repentino salido de algún sitio. La lejanía del mundo comercial en que aquellos mercaderes estaban les hizo reaccionar tardíamente ante el embate de la violenta realidad. Aquel poeta que con mirada perdida perdía y trasportaba a la concurrencia quebraba la voz al son de aquella admirada poetisa que tanto añoraba. Aquella en la cual su alma se cimbraba al compás de aquellos versos poderosos. Alba de Acosta a la que con tributo y suspiro evocaba y presentaba aquellos versos inmortales:

Momentos de paz completa
la noción de la vida se estanca.
El ideal ausente…
el espíritu se ensancha.
Pasan las horas en el espacio abierto
palpando la sonrisa de la nada…
Llega una voz
que quiebra la armonía
y vuelve a ser lo mismo
la materia…


…incompleta”…recitaba el poeta en el aire mientras de espaldas sucumbía. Una bala había partido aquella poesía al igual que su vida. Una bala perdida de un atraco cercano que lo había encontrado atravesaba <<la materia incompleta>> del ultimo verso de la última poetisa igual como atravesaba aquella ensanchada garganta. Con furia, aquel proyectil devolvía las últimas palabras de aquel sutil poeta a su origen, dando por terminada aquella jornada etérea.

            En el suelo, a un lado de aquel atril y un micrófono ensangrentado algunas hojas muy blancas con apuntes muy claros se escabullían entre las piernas de los transeúntes y volaban rumbo a la avenida para perderse entre la suciedad y la apatía. El poeta, con los ojos muy abiertos mirando al cielo estorbaba ya los pasos que apresurados se atiborraban en sus puestos de trabajo. La gente aletargada se despertaba haciendo muecas de aquel instante de poesía para volver a su cotidianidad mientras el poeta fatigado con un hilo de sangre recorriendo hacia el asfalto se perdía para siempre en los anales de una ciudad sin memoria.

lunes, 21 de enero de 2013

¿Tienes ganas de enamorarte?


-Tienes ganas de enamorarte.
                Retumbó la frase de pronto en el silencio que  invadía desde hacía rato aquella tenue habitación. Mientras en la cama, a un lado de él una silueta grisácea se movía pasmosa, casi imperceptible. La frase ya había volado a través de la ventana y se perdía entre los sonidos distantes de una ciudad indiferente. A él no le quedó mas que reacomodar su cabeza en el almohadón y taparse un poco con la fina sabana que le había dejado descubierto su desnudez y su alma. Se cubría con ella para protegerse de la taquicardia que le invadía, y de ese vientecito indiscreto que entre las comisuras del colchón le hacia querer buscar de nuevo aquel cuerpo tibio y suave, perfumado en olores que son indescriptibles y que solo se captan en las cercanías de algo  deseado, admirado.
                Bajo la sabana, sus manos recorrían aquellas curvas estrepitosas, aquella cantidad de vello que se erizaba automáticamente al paso de sus palmas entre cada tibio rincón, seguido por pequeñas contorsiones y un respirar tranquilo. Ella seguía sumida en un sueño liviano, no tanto para responder, y no tanto para no sentir. Se alcanzaba a ver en su cara una sonrisa cómplice, mientras su cabello le cubría su sensación. Él solo la miraba, no esperaba nada. Solo que nunca amaneciera, y que las sabanas se mantuvieran limpias para siempre. Sabía que le harían falta mas manos para terminar de recorrer aquel cuerpo de ese magnifico ejemplar humano. Sabía que primero se arrugaría la gruesa piel de sus palmas antes de conocer por completo cada rincón de aquello y que primero explotaría de emoción al ir respirando aquel aroma que le encendía todo. Lo sabia, pero aun así lo haría.
-¿Tienes ganas de enamorarte?
                De nuevo se dejo escuchar rebotando a través de las paredes. Haciendo eco aquí y allá en espera de llegar a algún lado antes de salir por la ventana. Él ya estaba sentado sobre la cama, con los ojos cerrados y con ese golpeteo en el pecho que lo acompañaba desde la primera vez que la vio. Hacia algunas horas, en el bar de siempre, con las copas de siempre y los amigos de siempre. Desvariando entre temas y temas se fueron acercando. Ninguno de los dos estaba mal, y un par de risas genuinas y las pretensiones a flor de piel hicieron que buscaran hacer de esa noche una de esas en que la relatividad temporal se pone a prueba. En flashazos se encontraron en una cama ajena, en un lugar ajeno pero muy propio. Una copa descansó en el buro contiguo y ya no se pensó en otra cosa mas que en fundirse uno y otro, como dos átomos al fisionarse liberando gran cantidad de energía. Y eso paso, la entropía hacia su trabajo pero los restos radioactivos seguían esparcidos en la cama. Y en sus pechos. Ella comenzó un despertar placido, tomando aire tranquilamente como preparándose para gritar. Llega al cenit y se desploma de nuevo abrazándolo. Sus senos se envuelven en el vientre de el y su cabeza se hunde en su pecho, buscando protección, buscando proteger. El absorbe cada fragancia de su cabello, entre perfume y nicotina, hormonas y alcohol. Siente el cosquilleo que le da el recibir pequeños besitos en el cuerpo, sorbos infantiles de unos carnosos labios casi adultos. Él no hace mas que apretar aquel siamés entre sus brazos, de nuevo recorriendo la espalda con sus manos, luego las nalgas, luego las piernas, los senos y por ultimo la cara. Siente una gran atracción el tocar ese rostro imperfectamente perfecto. Su nariz, su pequeña boca, sus labios sensibles. Los ojos inquietos y el largo de sus pestañas. Luego, meter la mano en sus cabellos infinitos, sentir como recorren entre sus dedos como arena fina y en cada movimiento una brisa tibia llegarle hasta el fondo. Enganchando su pierna entre aquel cuerpo venusino, como en una vaina carnosa y jadeante se quedan estáticos por miles de años, o minutos. El monocromático ambiente y el fondo citadino se prestan para estar en pausa, fosilizados. Así, bajo la sabana se mantienen soñolientos sin vivir y sin pensar. El tiempo se ha detenido por fin.
-No, no tengo ganas de enamorarme.
                Salía aquella respuesta en forma cavernosa entre su pecho seguida del cosquilleo que daban sus labios. Él había seguido recorriendo aquel cuerpo kilométrico con inercia mientras su mente divagaba sutil entre almohadas y habitaciones oscuras. La vista se le había adaptado a la penumbra y alcanzó a ver cuando ella sacó su rostro de entre su pecho esperando una reacción ante la respuesta dada a su insistente pregunta. Sus ojos muy abiertos hacían reflejar la blancura de su esclerótica como dos faros centellantes, a la expectativa. Él le seguía tocando el rostro, queriendo leer sus facciones y el motivo de su respuesta, estaba calmo, tranquilo. La respuesta fue suave a sus oídos. Acercando el rostro con el de ella le dio una serie de besos, recorriendo cada poro de aquel, ella le respondía con igual afán mientras sus cuerpos empezaban a frotarse entre si. Una faena de sexo y sudor comenzó de nuevo, y miles de explosiones internas se sucedieron. El tiempo comenzó a correr otra vez y sin pensar se encontraron de nuevo jadeantes y boca arriba, con una sensación de mareo maravilloso y de un calor reconfortante. No tenían ganas de enamorarse, solo eran ganas de entrecruzar y pillar. Hurgar entre ellos, explorar y sentir. Había sido todo. Aprovechando un nuevo aire él se recupera y comienza a vestirse. Ella no tiene ganas aun de hacerlo, lo ve a él como se va acomodando sus ropas, de espaldas, de pie. Le recorre con su mano y vista las piernas, las nalgas antes de ponerse la ropa interior, la espalda después de ponerse el pantalón y en un último beso ya vestido. A ella le cubre la sabana solamente mientras el ya se prepara para partir. Busca sus llaves, su teléfono con algunas llamadas perdidas. Ella recuerda a su novio, perdido entre el tiempo y la noche, él recuerda a su mujer, tal vez dormida en su casa, abrazada en un sueño profundo. Ella lo busca para un último beso y el le responde con fervor. Termina de peinarse al tiempo que abría la puerta para partir. Ella se acomoda para seguir durmiendo un poco mas mientras él antes de cerrar la puerta y dejar de nuevo en penumbras se despide diciendo:
-Así estaremos mejor.