La luz se apaga y enciende, es
ese parpadeo como su mente el que lo tiene allí parado, frente a la ventana a
las dos de la madrugada. Una brisa entre fresca y tibia se cuela entre las
pequeñas cortinas y sus brazos apoyados sobre el alfeizar. Una pequeña
taquicardia le acompaña, mientras los ronquidos de su mujer le aseguran que descansa
tranquila en la cama. No habían sido días fáciles, es un regalo la tranquilidad nocturna, y a la
vez estar consciente de ello. Pero, aquellos recuerdos, los recuerdos frescos,
y las últimas noticias de muchos sucesos donde fue partícipe activo, individual
y colectivo le tienen en ascuas, confuso, pensativo y puede ser que también
arrepentido.
Corridas,
jadeos, pesadez, miedo, odio y placer, su cuerpo grande pudo resistir a todo
aquello, a los embates de una turba enrarecida, a un aire muy viciado que
sacaba chispas electroestáticas. La armadura lo protege, siempre lo ha protegido,
en casa les espera su familia, su mujer, su hija de cinco años, cada noche eran
su boleto de regreso. ¿Lo hizo por ellas, o por él? ¿La patria? ¿El orden? ¿Los
jefes? ¿Dios? Checó su entrada, preparó su bastón, su gas, su arma y su alma.
Otro día más en las trincheras, a proteger al pueblo ¿de Quién?, pues de ellos
mismos, están locos, perdidos, asustados, quieren todo para nada y uno para eso
está aquí, para mandarlos al trabajo, a progresar, a vivir en paz. “Soy un héroe”
se decía. Si no para que traería una armadura, y armas, para que el
entrenamiento, para que el sacrificarse por tan poco sueldo, “así somos los héroes,
siempre será así”.
La
gran ola humana marcaba su vaivén por la avenida. Otrora autos, ahora insultos,
antes palomas hoy son escombros, ahora guerra, antes pasividad. Contaba miles,
pero ellos más, y preparados. La gente usaba palos, pancartas, gargantas saturadas,
exigían, exigían y exigían, ni siquiera se dignaban a pedir, ya no, ¡exigían!. Ahora
usan sprays como lanzallamas, allá va la banca de la parada del camión, y un
par de balas de goma se detienen entre un grupo radical. ¿Quiénes serán? ¿Por
qué no están en sus casas? A quien reconocerá si van cubiertos, tienen miedo, o
¿será el gas? Tantas cosas mientras aguanta, los escudos si funcionan, pero no
se puede hacer nada contra las palabras, entre el barullo se llegan a
distinguir. Ahora es un vendido, un perro del amo, un vendepatrias, un lacayo
de un sistema donde ni siquiera lo toman en cuenta, un opresor, pero también es
pueblo, es un asalariado, un explotado, una victimas más del sistema, todo eso
es, pero él dice que lo único que es, es padre y marido. Y que seguido le da
hambre.
Mira
los ojos del enemigo, ya no. Muerto ya no es enemigo. Mucha, mucha rabia, hasta
lágrimas le escurrían, o ¿habrá sido el gas? Era un joven, algunos veinticinco
años, jodidon, pero con mucha energía, se veía que trabajaba, que le sudaba
ganarse la vida, todo eso lo vio por qué él mismo había pasado por eso, un
trabajador de toda la vida. Pero era un enemigo, de seguro traía, navajas,
cuchillos o algún arma. Le había costado alcanzarlo, y lo atrapo en un callejón,
si, aquel mismo que está a la vuelta de la nevería donde seguido lleva a su
bebe a saborear ese helado de crema y fresa, roja, escarlata, así se veía la
cara del paria después de algunos golpes, como gritaba, era rabia, no era
miedo, él lo sabía. Le repetía que él también era pueblo, que no tenía por qué
vivir siempre bajo órdenes y sin pensar. Por esa vez le hizo caso, no lo
obedeció, pensó por él mismo, bueno, primero sintió, ningún pendejo le iba a
decir que hacer, sintió rabia, odio, y lo descargó todo, primero se fue
acordando de las deudas de la mueblería, luego que iba a pagar la renta y por
último los problemas con su esposa, y ahí lo dejó, no lo creía muerto, solo
unos golpecitos, solo algunos para que escarmiente. Luego se acordó de su hija
y simplemente regresó, la amaba tanto.
En
la televisión anunciaban la cura para los problemas que ocasionaba la comida
del anuncio anterior, luego en el noticiero narraban un enfrentamiento entre
bandas de tendencia política contraria en una manifestación, veintitrés muertos,
la policía pudo por fin lograr la paz mediando entre ellas. Él sabía que no era
así, él sabía que algo andaba mal, le habrán dado mal la información al
locutor, bueno, después se aclararán las cosas. Igual y los muertos, todos son
parias, antisociales que no merecen vivir, parásitos que viven de limosnas.
Pero hay más canales, y a veces le cambia, pagar la televisión por cable y ver
solo el mismo canal, el de las telenovelas y los programas de concursos se ha
convertido en un vicio de siempre. Los canales son otros, de otros países
algunos, entre ellos y el salto de número aparece ese joven, el de la mirada
rabiosa, al que le dio una lección ¡uno de los muertos!
Estudiante,
trabajador en un taller de torno, trabajador social, voluntario en programas de
cultura y ayuda indigente, y hasta músico. Todo eso anuncian en la tv, en todo
eso se desempeñaba su muertito. Y él ¿qué es? …guardián del orden, protector de
la ciudadanía o ¿asesino de torneros? y estudiante además. Es él, lo
reconocería donde sea, su mujer le mira, sabe que él sabe, frígida y distante.
¿se podrá ser un hijo de puta sin saberlo? pues ya lo sabe, esos golpes fueron
para matar, sin pensarlo. Justo como el muerto dijo “piensa por ti mismo” y
ahora que lo piensa, no lo hubiera hecho, lo habían entrenado para matar, pero
no así, no a él. Ahí mismo, en la televisión pasan videos de muchos muertos,
todos por el mismo estilo, y el joven, su muerto, aparece pintando bardas con
bonitos dibujos, regalando libros, dando de comer a vagabundos, con una
guitarra bajo un kiosco, mucho amor, muchas ganas. Y él, solo terror, escuchar
y obedecer, llegar a casa, encender la televisión, abrir el refrigerador y las
piernas de su mujer y ver a su hija dormida, sin siquiera escuchar su voz. Ese
gran circulo, hasta ahí llego su cadena, y no da más. ¿Qué le podría decir a su
hija sobre su trabajo? “mato gente, aplasto cabezas, y me pagan por ello, y a
veces hasta lo disfruto”.
Sigue
la brisa recorriendo sus brazos y su pecho, los grillos hacen coro mientras muy
de vez en cuando un auto cruza su calle. La noche se ve más clara, no sabe si
es que ya va amanecer o si es por su mente refrescada. Sigue pensando,
deambulando, su humanidad le tortura, la indiferencia también, alternan una
batalla irónica, ser un ser humano para amar a su hija y darle futuro y a la
vez ser indiferente y solo cobrar su cheque, para darle futuro, una cosa resta
a la otra, ¿humanidad o indiferencia? apenas recuerda el sumar. ¿Qué le ha
agregado a su vida desde la última vez?, desde el nacimiento de su bebé. Un
pequeño sollozo lo altera, es su hija, a un lado, asustada pero alegre, toma su
mano, le abraza, su hija puede ser el joven que murió, piensa en los padres del
tornero, y piensa en sí mismo, él que aún puede abrazar a su vástago, y los
otros, solo un frio ataúd. La recuesta, vuelve a dormir profundamente, él no
puede. Se marea, se confunde, se altera, todo en silencio. Se repone en la
ventana, mira al mundo, ahí mismo, en su cuadra, los reflejos del joven tornero
se pueden ver en algunas bardas pintadas, mensajes hermosos, pensamientos acogedores
van avanzando como enredadera en una barda que solo tenía grafiti inteligible
de vagos sin futuro, piensa él. ¿Qué hacer? se deprime aún más, se marea, y sus
jefes piensa, durmiendo tan tranquilos en sus camas, o de putas y cocaína como
siempre. Un desasosiego le acompaña, faltan fuerzas en ese cuerpo grande, no
quiere ser ese padre para su hija, ni ese marido para su esposa, más padre que
marido. Está llorando, llora por los muertos, por su muerto, por esa mirada que
le dio y que jamás podrá olvidar. Observa la barda, aún está incompleta, se les
habrá terminado la pintura piensa. Recuerda que él tiene algunas en su patio,
amarilla, verde y roja, roja escarlata. Hoy piensa terminar con todo, ya no hay
vuelta atrás, inocente ante la ley, culpable ante sí mismo, al revés hubiera
sido mejor, ya no puede hacer nada. Recuerda también que tiene brochas, duras,
pero brochas. ¿Cómo comenzar? ¿Cómo terminar? Que honorabilidad le queda, ante
una mirada fiel de su bebé. No lo sabe, pero sus lágrimas y pecho si, toma su
pistola, un viejo revolver. Lo palpa, lo siente, ¿cuantos más podría matar con
él?, ¿cuantos torneros se presentaran a tiro, y verlos caer entre el cañón
humeante?, Ya no, sería lo último, tiene manos sudorosas, el calor le invade el
cuerpo, junto con un gran temblor, ¿Qué hacer? Se apunta el cañón a la cabeza,
se arrepiente, lo vuelve a poner, toma una brocha, toma la lata de pintura
roja, ahí está, en la madrugada, lagrimeando, sudando a chorros, con una
pistola en mano, y en la otra una lata de pintura resbalando, ¿acabar o
comenzar? tiembla, tiembla. De pronto, un ruido seco primero y un eco fuerte ha
retumbado aquella casa, ahí hay un cuerpo, su familia ha despertado, en el piso
se ve correr una mancha en desnivel, una mancha liquida de color rojo
escarlata.
¿Comenzar o terminar?