Todo comenzó cuando alguien dejo la
ventana abierta. Cuando un viento estival se coló imprudente, catártico. Donde
por tanto tiempo, entre pulcros ornamentos y los decimonónicos muebles, todo habíase
presentado común. Inexpugnable.
La tenue luz vespertina a través del
cristal apenas y arremetía con el blanco alfeizar. Este, librado de ese polvo
molesto que a cada tanto le retaba permanecía inmute. Las cortinas sepias, estáticas,
casi monolíticas habían olvidado hace mucho el vaivén al compás del noto. Habían
olvidado ese baile agraciado, a capricho del clima circundante, Ya no, hoy solo
caían sin gracia, como estalactita centinela haciéndole guardia a la libertad
veraniega. Y no mas.
Todo comenzó cuando alguien dejo abierta
la ventana, cuando el tapiz grisáceo conformado por una parra ceniza
sobrevolado por pichonas resignadas. Volando en formación afable, todas rumbo
al techo desconocido.
Todo comenzó cuando el viento estival rozo
las espalda de todas y cada una de aquellas criaturas. Todas lo sintieron,
nadie vacilo, siguieron todas su viaje habitual.
Todo comenzó cuando el alfeizar impecable
despidió aquella luz solar, influenciada por la brisa impertinente. Una de las
pequeñas aves recibió el llamado, una criaturita olvido la parra, el techo. ¡Salió
del encuadre! sin despedirse, bailo con las cortinas, respiro la libertad.
Cruzo el umbral, se despidió del alfeizar y emprendió la huida, desde aquel
tercer piso.
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