sábado, 1 de diciembre de 2012

Salud en papel moneda.

El paso apresurado atiborraba de ecos el viejo callejón empedrado. El desnivel artificial del camino hacía correr tímidamente un arroyuelo cuesta bajo convirtiendo del reflejo de los faroles una guía parpadeante. Los murmullos nocturnos a través de las ventanas llegaban tenues a los oídos de Ángela, casi vacíos  Ella interpretaba casi sinestesicamente estos sonidos como calor de hogar, de amor. El callejón terminaba pero el arroyuelo se abría en un delta rumbo  a la anchura de la calle. El destino siguiente para la muchacha era la farmacia, ahí donde los medicamentos se mostraban en el aparador, altivos, celosos con aquellos que no cubrían el monto de su adquisición. Aun así, la joven madre manteniendo el paso entraba veloz a la droguería, ahí, el dependiente de perfil reconocía la silueta de aquel cliente habitual. Ángela espera parada frente al mostrador. Él. Indiferente sigue con su labor cotidiana. Un letrero de no fió colgaba gastado justo encima. La joven ya lo había visto un par de veces, la tercera vez fue cuando el boticario golpeaba el malicioso letrero reafirmando su postura de comerciante, no de alma de caridad. Ella, entre sollozos le hace entrega de dos billetes, tumbándose de una fuerte y sola vez el estigma de madre suplicante. Se convertía ahí en un cliente mas, con sus recursos y todo. El tendero observa los billetes, los palpa, los huele, se cerciora que son auténticos. Esboza una leve sonrisa complacido y le da tres cajas de pastillas color ámbar y una botella de un ungüento chocolatoso. Ángela, apresurada se da la vuelta sobre sus pasos. Corre a través de la empedrada calle rumbo a su hija que espera por el remedio a sus fiebres. Ángela corre mas de prisa, entra en el callejón donde sus pasos chancleados se pierden entre la oscuridad y las murallas de la gente a través de la ventana.

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