domingo, 25 de marzo de 2012

Luces de aseveración. II Parte


Era pues un fin de semana como tal. Un domingo de baños de sol. Entre sombras de pingüicas y algodoneros de cartón. Natalio era un hombre de recuerdos. A cada tanto le embargaba una nostalgia perdida, ya sea viendo a una hormiga caminar que le recordaba a otra hormiga igual que vio cuando niño o un cilindrero que le hacia voltear hacia mas atrás, a recordar a otro cilindrero, que por azares de la permanencia era el mismo cilindrero pero mas joven. Estos escapes temporales curiosamente le hacían pasar mas rápido el tiempo que estaba viviendo. Y entre tiempo y tiempo, enramadas de olvidos y destellos fulminantes mnemósidantes recordaba a su más presente y antiguo amor puro y duro: Cata.

Si nos vamos a la versión platónica que de ella tendría Natalio, Cata, Catika o Catarina era la mujer más bella que pudo haber pisado la tierra de la que se componía este sórdido país. Una mirada profunda pero compasiva. Cabellos azabaches como la brea. Unos pechos firmes y tímidos. Piernas largas como su cariño y un amor tan penetrante como su fino olor a cera. Nieta de una expendedora de veladoras y estudiante ya de secundaria Cata conoció a Natalio así nomás, sin tanto drama. Con la indiferencia de los buenos días, de esos que se decían cuando las ciudades eran medianas. De la costumbre nació la pesadumbre. Esa que da al no tener el valor de declararle el amor que sentía por el, Cata empezó. Moria por Natalio. Y Natalio moría de pulmonía. De un chaparrón traicionero que lo había sorprendido cuando repartía leche en una madrugada. Cata rogaba que siguiera enfermo, pero no con mucho ahínco, no fuera que muriera completo. Ella lo cuidaba, estaba cerca de el. Y pensaba que como amor, o agradecimiento se fijaría en ella. Eran ya unos adolescentes, y como en esa región la vida no quería llamar mucho la atención sucedió lo factible. Enamoramiento de dos. Todo normal: casamiento. Luna de miel. Y hogar. Frugal pero maziso.

El hogar era dorado. El sol lo golpeaba de frente por las mañanas y las cortinas serian amarillas. Calido y afable. En toda la inmensidad del departamentito se desbordaba una atmósfera kish de souvenirs y proyectos. Donde muebles perpetuos de sobriedad imponderable y precios de remate encarnaban el amor entre aquellos dos. Las vicisitudes de una ciudad crecida quedaban mas en segundo plano; lo importante es que ellos estaban ahí. Viviéndose. A cada instante, a cada huida. Pero. No era un amor eso asi, de pasiones descarnadas ni arrebatamientos impulsivos. Más bien era un romance tranquilo, de pasividad paternal. Los días lentos eran para ellos normales, casi nostálgicos. Como una vieja fotografía blanco y negro con un fondo nublado. Las manos jamás dejaron de sudarles al caminar por los parques aledaños. Y esos besos que de cuando en cuando se regalaban tenían también siempre la misma temblorina en la coyuntura de los labios. Cual si fuera la primera vez. Todo era primera vez para ellos. Si algún bohemio hubiera conocido a esa pareja los hubiera nombrado el amor perfecto. La declaración más fidedigna de la clásica narración del enamoramiento. Ese amor que no se gasta ni se puede compartir. Encerrado para siempre en el círculo vicioso del que dependían aquellos dos: Cata y Natalio.

Pero. Nada es para siempre. Y ellos no eran nada. Lo eran todo. El principio del confuso fin se dio cuando de sorpresa Cata anunciaba a su marido que un nuevo miembro llegaría a su vida. Era un pequeño que transformaba a la pareja en una autentica familia. El futuro padre y la futura madre sellaron el círculo con un calido abrazo lleno de satisfacción y orgullo. Eran moderadamente más felices. Los meses siguientes corrieron con naturalidad, habíanse ya enterado que serian una niña, su primogénita. Poniéndole por nombre Esperanza. Personificando así el porvenir que sentían para con ellos y su nena. Pero… entre toda la luz que se cernía sobre la pequeña familia, una nube llego para turbar el milimétrico mundo al que se habían habituado esos dos. Y es que la madre de Cata, una madre muy alejada de su hija, convalecía en su pueblo natal. Obligando a esta a ir a ese terruño casi olvidado, pues desde muy pequeña, su abuela, la expendedora de veladoras había velado por ella nada más. Mientras su madre, incógnita y licenciosa se quedaba en el pueblo sin el más mínimo interés en su pequeña hija. Aun así. Cata, mujer de principios nobles y obligaciones ancestrales acudió al llamado de su moribunda madre para estar con ella en los que suponía eran sus últimos instantes.

El viaje no la alejaría más de dos semanas de Natalio, este. Quedábase trabajando en la ciudad mientras su mujer se ausentaba. La despedida en la terminal fue sobria a la luz pero imponente en sus adentros. El abrazo se prolongaba mientras el camión ya calentaba motores para partir a aquel pueblo del que Cata apenas y recordaba su nombre: Santa Montes. Lugar escondido entre sierra y sierra. Subiendo al camión, y con una mirada cariñosa Cata se despedía por un tiempo de su gran amor. Y Natalio, respirando el humo del escape sin dejar de ver la ventana de su esposa empezaba a contar los segundos para su regreso inminente. Las semanas pasaron, una o dos cartas había ya recibido Natalio desde Santa Montes, su suegra aun no moría. Más bien pareciere haber retomado la salud. Cata contaba como había hecho las paces con ella y de cómo se sentía rejuvenecida por aquellos verdes lares que casi olvidaba. Natalio leía con beneplácito las misivas, y pensaba lo bien que le sentaría a su bebe un poco de aire fresco y ambiente de familia. Pero, poco a poco, la sonrisa satisfactoria de Natalio se fue borrando. Se le agitaba un poco más el corazón, y miraba con desesperanza el buzón del correo. Pasaban ya dos semanas desde la última carta y no tenia noticias ya de su querida esposa. Resuelto, acudió a pedir información sobre los viajes al pueblo aquel, pensaba en ir a buscarla el mismo. No había más que hacer. Simplemente, pedir un permiso en el trabajo, montarse en un camión y reencontrarse con su mujer.

El no se movía por el mundo, el mundo se movía bajo sus pies. Eso era lo que sentía al recibir la noticia de la catástrofe que había asolado al pequeño pueblo natal de su mujer. Y de la fortuna que habían corrido los habitantes de aquellos parajes. Un potente ciclón había arrasado con todo el lugar, mermando a los pobladores y desapareciendo a muchos tantos. Le informaron que era muy difícil el acceso y que era muy probable que jamás se diera con el paradero de su esposa así como de muchos más. Natalio observaba a su interlocutor, estático, respirando con toda normalidad. Con un asentamiento de cabeza partió a su casa. Abrió la puerta, suspiro hondo, se encogió de brazos y entre abrió la cortina. Parado ahí, tras la ventana se quedo observando la calle, esperando. Su mujer regresaría, el lo sabia. Es mas, llegaría con su hija en brazos. Y el, estaría listo para recibirlas.

Jamás sucedió, su mujer e hija jamás volvieron. Y el las siguió esperando. Incluso, esa misma mañana, antes de salir al parque, espero un rato de nuevo para ver a su esposa e hija, que ya tendría la edad de su madre al partir a Santa Montes. Pero nada sucedió, la misma cortina dorada que recibía al sol cada mañana, le daba un golpe mas al corazón ya mas tibio de Natalio.

Natalio cerraba este recuento del principio (más no fin) de su amor por Cata con un hondo suspiro. Ciertamente era una herida que jamás cerraría, más bien era un miembro cercenado que así quedaba. Vuelto a la realidad, se vio en el mismo parque de sol, en una vieja banca sombrero en mano con los ojos entrecerrados y el corazón estrechado. Era la hora de volver al departamento de su vida. Donde los recuerdos y muebles seguían allí intactos. Un perfecto mausoleo a la soledad. Y que el, o más bien las circunstancias habían decidido dejarlo tal cual. Era su mundo, su cosmovisión personal de la que se componía su vida.

4 comentarios:

  1. Respuestas
    1. esperare con ansias el regreso de cata con su hija o hijo..hahaha nada es seguro en esta vida jajajaja


      maruka

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  2. que regrese cata,por favors

    Maruka

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  3. todos nos quedamos esperando a nuestra Cata en algún punto y a veces leyendo estas cosas nos acordamos que ya no vino, pinche Cata =(

    Joanna

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