Graham Bell y el ampa
Nunca le había gustado el tímido timbre del teléfono nuevo. Estaba acostumbrada a la gran escandalera del viejo aparato de disco. El nuevo lo veía estéril, del futuro. Lejano, pueril. Las llamadas se sentían discretas, sin ganas. Susurrantes. Al igual que el discado. Sin fuerza, agobiante y sin amor por la reducción de las distancias. En cambio, recordaba el ritual de marcación del viejo receptor con su gracioso y elegante disco brilloso. Buscar la libreta de direcciones. O el papelito con el numero de cinco dígitos. Introducir el dedo índice en el primer numero de la unidad. Con fuerza y motivo jalar hacia la izquierda hasta topar con el borde instalado. Soltar y observar como libremente se desplaza automáticamente a su posición original. De nuevo seguir con el siguiente numero, sentir como el dedo suave se desliza en el plástico pulido hasta encontrar de nuevo el tope. Y así, seguir con los demás números hasta conseguir plasmar lo del papel al cable telefónico. Esperar el tono y con un “bueno” dicho cordialmente empezar la conversación. Hoy ya no. El disco no da para tantos números agregados al discado. No habrá dedo índice suficiente para seguir marcando. Ni dedo medio, ni meñique, ni ninguno. Hoy solo se toca un botón, en algunos casos no es botón. Y se esperan el tono mas rápido. Sin dar tiempo para tomar aire para la contestación. Así de rápido. Así de simple y sin alma. Aun así, recordando gallardos aparatos y rezongando por enclenques del presente la señora Licha se presto a contestar el teléfono que tenia rato sonando sin mucho afán.
Nunca le había gustado el tímido timbre del teléfono nuevo. Estaba acostumbrada a la gran escandalera del viejo aparato de disco. El nuevo lo veía estéril, del futuro. Lejano, pueril. Las llamadas se sentían discretas, sin ganas. Susurrantes. Al igual que el discado. Sin fuerza, agobiante y sin amor por la reducción de las distancias. En cambio, recordaba el ritual de marcación del viejo receptor con su gracioso y elegante disco brilloso. Buscar la libreta de direcciones. O el papelito con el numero de cinco dígitos. Introducir el dedo índice en el primer numero de la unidad. Con fuerza y motivo jalar hacia la izquierda hasta topar con el borde instalado. Soltar y observar como libremente se desplaza automáticamente a su posición original. De nuevo seguir con el siguiente numero, sentir como el dedo suave se desliza en el plástico pulido hasta encontrar de nuevo el tope. Y así, seguir con los demás números hasta conseguir plasmar lo del papel al cable telefónico. Esperar el tono y con un “bueno” dicho cordialmente empezar la conversación. Hoy ya no. El disco no da para tantos números agregados al discado. No habrá dedo índice suficiente para seguir marcando. Ni dedo medio, ni meñique, ni ninguno. Hoy solo se toca un botón, en algunos casos no es botón. Y se esperan el tono mas rápido. Sin dar tiempo para tomar aire para la contestación. Así de rápido. Así de simple y sin alma. Aun así, recordando gallardos aparatos y rezongando por enclenques del presente la señora Licha se presto a contestar el teléfono que tenia rato sonando sin mucho afán.
Bibo
estaba nervioso. El amparo de la noche no le calmaba las ansias. En cada auto
que se aproximaba veía prisión, barandilla para los locales. Se frotaba las
manos como si de frío se tratara el sentimiento. Era de incertidumbre, miedo.
El corazón le latía con fuerza, queriendo escapar de ese cuerpecillo de
dieciocho años. Enjuto y tieso. La esquina que era su bastión, la macetera que
era su muralla se le movían de rato en rato mientras seguía sumido en una
nebulosa de nicotina para sus nervios. Por fin, en la calle desierta de almas y
autos. Solo un ente se presentaba frente a el, sin reparar de su guarida. Con
paso apresurado y volteando de un lado a otro introduce una bolsa negra en un
deposito de basura hecho basura. Agitado sigue en camino el paso apresurado de
su llegada, con mas potencia, casi corriendo. Huyendo entre las penumbras
noctámbulas. Bibo, como en fotografía se queda mucho tiempo estático. Mirando
solamente el deposito donde el misterioso paquete fue ocultado. Sus dedos dan
cuenta del cigarro casi final cuando sienten la ardiente braza carcomer su
piel. El muchacho despabila, inhala el resquicio de humo y através de el se
dirige por el envoltorio de la basura. Lo toma, corre un par de cuadras, y
entre otras penumbras medio abre la bolsa. Algunos billetes de buena nominación
<quinientos, doscientos, cien> Toma de su cajetilla otro cigarro. Marca
un solo botón en su celular y anuncia con voz presta “Libera al pinche viejo”.
La
palabra eternidad se le había presentado clara después de aquellos días de
incertidumbre y horror. Una eternidad era el tener una bolsa en la cabeza
maniatado con cuerdas y sin saber a donde lo llevaban. Una eternidad era el
dolor que sentía en cada golpe y gritería sobre el. Una eternidad era el no
saber si su familia había sido victima también, o en todo caso la angustia que
estarían sufriendo sin encontrar su paradero. Eso era la eternidad. “Einstein y
su relatividad tenia razón” se dijo para si el maestro de ciencias de la universidad
estatal. El olor a humedad penetraba por los poros. Las risas y el olor a
tabaco y cerveza lo tenían mas que mareado todo el tiempo. El alimento solo
pasaba insaboro por su cuerpo, y la higiene no tenia significado en aquel antro
de desesperación. Fue la eternidad presente ahí esa semana en cautiverio. Donde
un día, noche ya. Lo dejaban a su suerte en un campo de maíz en un rancho
cercano a la capital. Aquel aficionado a la astronomía, veía por vez ultima,
con beneplácito, boca arriba las estrellas. Que en pos de bienvenida, se le
presentaban ultimas en todo su esplendor. Un hilo de sangre le corría por su
rostro tomando camino por su mejilla derecha, haciendo relieves junto con sus
lagrimas entre su piel empolvada. Ante el suelo, un delta lacrimoso y escarlata
se esparcía hacia el surco en donde se mimetizaba con el color café de la
tierra muerta. Con la boca un poco abierta. Casi pareciendo una sonrisa
observaba aquel cielo que tantas veces había contemplado con humildad.
Extasiado. En esa ocasión también lo estaba. Un agujero en su frente, rodeado
de pólvora quemada le anunciaba que su fin estaba ya decidido. En flashazos
esporádicos. Fotográficos, se le presentaba su familia. Esposa y dos hijas
adolescentes. Fuertes e inteligentes. El se iba pero ellas se quedaban. Cuanto
las amaba. Marte, Júpiter, las estrellas, todos se fueron nublando lentamente.
Un viento fresco entre el maíz corría suavemente. Las estrellas se despedían de
el y el del mundo. Luego el mundo lo descubriría a la mañana siguiente. En la
misma posición. Con las mismas lagrimas. Mirando aun al cielo. Otro muerto en
lo que va del año.
Doña
Licha veía demostrado lo endeble de los nuevos artefactos. Al soltar con sorpresa
el auricular, con este golpe al suelo se desbarataba inservible. Cosa sin
preocupación si hubiera sido de sus antiguos aparatos de disco. Duros como lo
bien hecho. Pero no tenia tiempo en esos instantes Licha para reflexionar sobre
el accidentado cacharro. Salía de prisa, aterrada. La casa se le hacia inmensa
al querer encontrar la salida. Encendiendo luces, apagando otras. Tropezando
con muebles. Soltando el llanto, su cabeza en vueltas. Millones de pensamientos
sobre si. La vida se le iba y volvía de nuevo. Malas y aterradoras noticias
desde el otro lado de la bocina. “Mi bebe” se decía a si misma “mi muchacho” se
repetía. Buscaba algo, no se acordaba que. Pero escudriñaba en todo. De repente
se acordó de su comadre. Ese alguien que necesitaba, en un momento tan ruin.
Salía de prisa, millones de candados tenia su puerta en aquella ocasión. Sus
manos le temblaban, su alma le temblaba. Abría por fin, al mundo exterior. La
comadre vive enfrente. Corre a con ella. No recuerda que hay calle de por
medio. Un auto de improviso, logra eludirla, pero por roce e inercia doña Licha
pierde el equilibro y cae de espaldas y golpeando la cabeza contra la
guarnición maciza. El auto ya va muy lejos. Y un hilo de sangre toma su camino
hacia una coladera cercana. Doña Licha queda recostada mirando también hacia el
cielo. Con los ojos perdidos, y en sus últimos alientos lo sigue mencionando.
Bibo
y Chavita eran la dupla efectiva. Dinero fácil y lo demás lo era todo. Para ese
par que se conocía desde la secundaria. De la que habían desertado hacia ya algunos
años. En un mundo donde el que tiene es, y el que no ni siquiera se menciona.
Ellos tenían y querían tener. El móvil era sencillo: un auto, una victima de
casa bonita. Una llamada a celular y listo. Viva o muerta, la victima siempre
pagaba. Un atraco de algunos días. Y muchos meses de ocio y esparcimiento. La
ultima victima. Un viejo maestro de universidad quedaba ya muy atrás, después
de marchas, exigencias de justicia y llamado a la sociedad. Impunes, se
olvidaban por completo de aquel pobre señor. La vida en esa región se toma tan
a distancia. No se ve alguien vivo. Ni se siente. Simplemente se toma como un
alguien con capacidad de desaparición y olvido. Que lo mismo vale un día de
ocio veinte mil de rescate que otro día con urgencia de capital cien mil. El
animo y la situación lo ameritan. El lugar de la transacción muchas veces
terminaba en una victima en el campo. Y el dinero en el mismo basurero que aun
después de tantos movimientos seguía dando nervios y nicotina a Bibo. Otras
veces la victima amanecía ilesa y desorientada en otro campo, pero viva al fin.
Y otras tantas veces. Las veces de no tanta urgencia. De mas bien
despabilamiento pueril el móvil tecnológico se presentaba. Era la misma logística.
Y no siempre el mismo resultado. Un numero telefónico marcado al azar y un guión
preestablecido con una voz gruesa y amenazante que instaba a no alertar ni
hacer alarde de la situación. “Tenemos secuestrado a tal o cual familiar si no
depositas dentro de determinado tiempo tal cantidad lo mataremos como a un
perro” Lo ultimo dicho con furia impresionaba al mas viril. Las victimas, en
incertidumbre iban a depositar con angustia a la hora acordada en el dichoso
deposito de basura. Muchas veces funcionaba. Otras tantas no. Era un atraco
simple y sin mucha importancia. Y era buena ocasión cuando resultaba.
La
comadre de doña Licha, vacilante se acerco al ver a su amiga tendida en el
suelo con un corro alrededor. Aun respiraba e intentaba moverse pensando en su
muchacho. La comadre le toma de la mano, con lagrimas corriendo por su rostro.
La lacerada señora aun con la mirada perdida seguía repitiendo cuestionando
sobre el paradero de su hijo. Ya no se podría hacer nada por ella. Se sentía en
el ambiente una pesadumbre de muerte. La gente alrededor de la pobre señora,
estimada y muy querida por todos simplemente se fueron despidiendo de ella con
la mirada mientras le decían en voces quebrantadas que resistiera, aunque sus
almas veían partir a tan abnegada madre. La comadre, alcanzando a escuchar
entre todo el montón de susurro y llanto lo que decía la moribunda entendió
como en su ultimo resquicio de fuerzas formulaba:
–Mi
hijo comadre, mi hijo, me lo secuestraron- Después de esta ultima frase se
desvanecía ahora si ante el llanto agobiante de sus vecinos de toda la vida.
La
noche seguía aburrida. El dinero aun no escaseaba pero habían llegado al punto
de no tener mas ganas de nada. Para romper el aburrimiento Chavita había hecho algunas
llamadas al azar pretendiendo secuestros. Unas habían sido números inexistentes.
Otras tomada de broma y una ultima había cortado estrepitosamente la línea
después de un grito aterrador. “vieja gritona” se dijo para si el truhán,
dándola por perdida. Después de ello, el par de amigos mejor se despidieron y
cada cual tomo su rumbo. Chavita a un bule a divertirse y Bibo se encamino a su
casa, de repente le habían dado grandes ganas de ver a su madre. Aquella noble
y cariñosa señora. Al momento de llegar a su vecindario, se veía revuelo y correrías.
Lentamente se fue dando cuenta que todo trascurría en su propio hogar.
Apresurado y con el corazón en la garganta Bibo entraba a su casa, donde veía
primeramente el auricular del teléfono digital roto. Y su madre muerta rodeada
de rezos. Todos voltearon a verlo con asombro. Su madre había dicho que lo
tenían secuestrado, y un secuestro ahí es muerte casi segura. Ya lo daban cadáver.
Bibo no se la creía, su madre adorada, estaba tendida en la sala nueva que recién le había regalado. ¿Secuestro?¿Muerte? todo confusión. Con espasmo se quedo viendo el alboroto en torno al cuerpo de su
progenitora. En un rayo de alto voltaje, se le ocurrió cerciorarse de algo que
temía con toda su alma y que de repente lo sucumbió. Parsimonioso se acerco al
teléfono atrofiado, con la mano temblorosa, oprimió sus modernas teclas,
buscando la ultima llamada recibida antes del accidente. Ahí, con unos números
muy brillantes y concisos, la revelación que jamás iba a olvidar desde aquel
día. Ahí estaba un numero. Uno de los tantos que tenían los teléfonos celulares
a su disposición para realizar los secuestros ficticios. La ultima llamada,
marcada al azar la había hecho en son de ocio su amigo Chavita aquella misma
tarde.
Titulo de imagen: Las mujeres Mayas
Autor: Antonio Coche Ixtamer
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