domingo, 22 de abril de 2012

Hoy vi la vía láctea


El cielo raso deambulaba allá y acá. La estrella polar seguía perdida desde hacia tiempo y las continuas luces brillantes opacaban un reflejo vivo en mis pupilas. Era una forma irreconocible de cielo el que se me presentaba gélido justo encima de mis sienes. Tal vez hubiera creído que el siempre estaba ahí donde quiera que uno fuera. Pero al ver la magnitud de la presentación celeste uno no se la creería más que en la oscuridad ficticia de una sala de cine fantástico. Aun así, fuera lo que dijera, pasara lo que ocurriera aquí, en esta diminuta región del espacio conocido y recóndito. el cielo abierto ante mi estaría siempre aguardando alguna exclamación de asombro ante su naturaleza estática y superdinámica. Y yo lo acababa de hacer, sucumbido ante ese festín noctámbulo.

     El coche seguía en combustión, mis cabellos se alborotaban por el potente viento que golpeaba mi cara y me hacia parpadear. En la radio se mostraba una canción vernácula de tiempos inmemorables mientras mi padre silbaba al compás de la misma. Absorto, solo en el camino de noche. Si, éramos dos en el vehiculo. Pero yo estaba muy alejado de el. Entre meteoroides y penumbras. Observando el contraste oscuro de un algún cerro clandestino y la luminosidad celestial. Mi cara al viento helado no mermaba en su escudriño, pocas oportunidades había tenido para admirar en todo el esplendor a la bóveda. Esa vez no dejaría ningún rescoldo de cielo  sin atacar con mi visión.

     Seguíamos veloces el trayecto por aquellos parajes. El reflejo de algún bicho en vuelo pasando fugaz entre la luz de los faros del coche y la penumbra daban la idea de velocidades supersónicas. A lontananza, en el filo del cielo y del suelo se apreciaba alguna montaña solitaria, moviéndose lentamente al paso nuestro. Tímida y firme. Como fiera recubierta por la noche se iba esfumando de mi campo de visión. La radio tiene tiempo apagada. El solo ajetreo del viento cortado se escucha y mi padre y yo llevamos un silencio sepulcral, cómodo y fraterno. Mi cabeza se recuesta en la ventana del auto, con el cielo de techo. Así, puedo ir viendo como lentamente van girando todas los astros ante mi, en un cobijo celestial que me reconforta.

     Yo ya no iba en el auto, no estaba mi padre y ni la radio apagada. El silencio era total. Iba volando con ellas, ahí, las estrellas estaban tangibles. También planetas, cometas, agujeros negros, pulsares, estrellas de neutrones y millones de elementos mas. Volaba, volaba yo. Mis lagrimas salían y flotaban, se desintegraban al instante formando parte ya de ese universo añorado. Miraba mis manos, y las sentía parte de todo ese cosmos. No podría jamás nombrar la cantidad de colores que se presentaban, indescifrables e imperturbables. Todo aquello era tan onírico que el propio concepto de vida se hacia innecesario y anticuado. Solo era yo y el todo. Era el universo. Luego, en un arrebato de soberbia, la realidad me regresaba tangente al auto con mi padre y la radio ya encendida de nuevo. El viento no soplaba tan fuerte; la velocidad había disminuido. Voltee desesperado de nuevo hacia la bóveda celeste y vi como se fue esfumando cada estrella del firmamento ante una luz artificial, la luz de la ciudad que celosa invadía ahora aquel cielo que había sido tan mío y de nadie mas. Seguí observando firme. Una a una aquellas lucecitas amigables se esfumaron y un velo amarillento cubrió todo el firmamento. Ahora eran lámparas impertinentes queriendo emular aquel espectáculo incomparable sin ningún éxito. Me despedí de aquello, mire a mi padre con una sonrisa, con mas amor. Me toco el hombro con aquel cariño paternal sin igual, con la misma sonrisa le dije adiós al universo, esperando con ahínco la próxima oportunidad de poder ver de nuevo la Vía Láctea.

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