El cielo raso deambulaba allá y acá. La
estrella polar seguía perdida desde hacia tiempo y las continuas luces
brillantes opacaban un reflejo vivo en mis pupilas. Era una forma irreconocible
de cielo el que se me presentaba gélido justo encima de mis sienes. Tal vez
hubiera creído que el siempre estaba ahí donde quiera que uno fuera. Pero al
ver la magnitud de la presentación celeste uno no se la creería más que en la
oscuridad ficticia de una sala de cine fantástico. Aun así, fuera lo que
dijera, pasara lo que ocurriera aquí, en esta diminuta región del espacio
conocido y recóndito. el cielo abierto ante mi estaría siempre aguardando
alguna exclamación de asombro ante su naturaleza estática y superdinámica. Y yo
lo acababa de hacer, sucumbido ante ese festín noctámbulo.
El
coche seguía en combustión, mis cabellos se alborotaban por el potente viento
que golpeaba mi cara y me hacia parpadear. En la radio se mostraba una canción vernácula
de tiempos inmemorables mientras mi padre silbaba al compás de la misma.
Absorto, solo en el camino de noche. Si, éramos dos en el vehiculo. Pero yo
estaba muy alejado de el. Entre meteoroides y penumbras. Observando el
contraste oscuro de un algún cerro clandestino y la luminosidad celestial. Mi
cara al viento helado no mermaba en su escudriño, pocas oportunidades había
tenido para admirar en todo el esplendor a la bóveda. Esa vez no dejaría ningún
rescoldo de cielo sin atacar con mi visión.
Seguíamos veloces el trayecto por aquellos parajes. El reflejo de algún
bicho en vuelo pasando fugaz entre la luz de los faros del coche y la penumbra
daban la idea de velocidades supersónicas. A lontananza, en el filo del cielo y
del suelo se apreciaba alguna montaña solitaria, moviéndose lentamente al paso
nuestro. Tímida y firme. Como fiera recubierta por la noche se iba esfumando de
mi campo de visión. La radio tiene tiempo apagada. El solo ajetreo del viento
cortado se escucha y mi padre y yo llevamos un silencio sepulcral, cómodo y
fraterno. Mi cabeza se recuesta en la ventana del auto, con el cielo de techo. Así,
puedo ir viendo como lentamente van girando todas los astros ante mi, en un
cobijo celestial que me reconforta.
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