La carne,
nuestra carne
Soy
hecho de carne, y no la como.
Me
gusta su calor y me abandono a su tacto.
Me
gusta mi carne y que me coman.
Soy
partidario de los sacrificios voluntarios.
He
palpado carne, desde el mercado hasta el tálamo.
Y
es mi propio tálamo encefálico el que me ha dictado
no
comerla si no me pertenece.
Es
a veces que paseé en otras carnes, sin cansarme
o
detenerme siempre atento a disfrutar el viaje.
He
conocido pedazos de carne, rodando cuesta abajo
en
una inercia indiferente. ¿Dónde acaban? nunca saben,
pues
motor interno nunca he visto funcionarles.
Me
gusta la simbiosis entre carne, alma e intelecto.
Da
gusto conocer materia y amasijo celeste consciente.
Me
aferro a ello con mi humanidad y bríos, me siento como
célula
en mitosis buscando siempre las especias que sazonarían
mis
propias carnes.
Carne
La
carne, crisol perenne de algo más importante.
Escuchamos
desde fuera ecos y rescoldos de los espíritus en claustro
queriéndose
comunicar con el de nosotros mismos.
Nos
llegan en pedazos, en borbotones inconexos que nunca podemos
captar.
La
carne, papel regalo fisiológico sobre una sorpresa un poco más eterna.
Parabólica
nerviosa recibiendo todo el embate de una realidad molecular.
Un
empaque biodegradable condenado a resurgir.
La
carne, avatar último de un universo compactado.
Opción
suprema de una conciencia sideral para multiplicar un polvo de
estrellas
disperso y dilatado.
Es
pues carne, el último bastión de un cosmos que buscaba que lo abrazaran.
La incognita de
Roetgen
La
serendipia le había sorprendido.
Literalmente
había descarnado a su amada en su presencia.
La
muerte había llegado no postrera sino mostrándose anticipada.
¿A
dónde se había ido tanta carne? ¿qué era aquella visión trasgresora al curso
natural
de la vida?
Sólo
huesos sin tumba observaba en los aparatos, una apariencia ultraterrena
pero
elocuente había surgido ante sí.
Aquella
mano carnosa, tibia, a la que tantas veces había acariciado y sentido
sólo
mantenía aquel anillo de una boda ensoñadora.
El
estupor entre curiosidad y miedo le instaba a observar y palpar.
Su
amada seguía ahí pero estaba con una mano en la sepultura.
Al
final del día ella se mantuvo. La carne volvió a su lugar y pudo sentir su
tacto en el lecho.
Había
visto una parte de la muerte en vida, aunque todo fuera una incógnita hasta la
muerte.
El retrato de un amigo muerto,
los gatos y tu recuerdo
El retrato de un
amigo muerto, los gatos y tu recuerdo.
Es lo que queda en
lo que otrora fuera un minúsculo nido de amor,
y que ahora es una
mansión con mil hectáreas de vivencias.
El retrato de un
amigo muerto, los gatos y tu recuerdo.
Donde el primero me
dice que todo sana, los segundos que hay que ser un poco indiferente y lo
tercero que aún seguimos siendo humanos.
El retrato de un
amigo gato muerto y tu recuerdo.
Así ya, sin orden,
diluidos, porque todo duele y de todo aprenderé.
A coleccionar
retratos, a enmarcar recuerdos y a no olvidar alimentar a los gatos.
Tito Rosales
Obra: "Retrato de hastío" Plumón, pluma de gel, tinta china en hoja blanca. Autor: Tito Rosales |
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