martes, 20 de noviembre de 2018

Carne, amor y recuerdos...


La carne, nuestra carne

Soy hecho de carne, y no la como.
Me gusta su calor y me abandono a su tacto.
Me gusta mi carne y que me coman.
Soy partidario de los sacrificios voluntarios.

He palpado carne, desde el mercado hasta el tálamo.
Y es mi propio tálamo encefálico el que me ha dictado
no comerla si no me pertenece.
Es a veces que paseé en otras carnes, sin cansarme
o detenerme siempre atento a disfrutar el viaje.

He conocido pedazos de carne, rodando cuesta abajo
en una inercia indiferente. ¿Dónde acaban? nunca saben,
pues motor interno nunca he visto funcionarles.

Me gusta la simbiosis entre carne, alma e intelecto.
Da gusto conocer materia y amasijo celeste consciente.
Me aferro a ello con mi humanidad y bríos, me siento como
célula en mitosis buscando siempre las especias que sazonarían
mis propias carnes.





Carne

La carne, crisol perenne de algo más importante.
Escuchamos desde fuera ecos y rescoldos de los espíritus en claustro
queriéndose comunicar con el de nosotros mismos.
Nos llegan en pedazos, en borbotones inconexos que nunca podemos
captar.

La carne, papel regalo fisiológico sobre una sorpresa un poco más eterna.
Parabólica nerviosa recibiendo todo el embate de una realidad molecular.
Un empaque biodegradable condenado a resurgir.

La carne, avatar último de un universo compactado.
Opción suprema de una conciencia sideral para multiplicar un polvo de
estrellas disperso y dilatado.

Es pues carne, el último bastión de un cosmos que buscaba que lo abrazaran.




La incognita de Roetgen

La serendipia le había sorprendido.
Literalmente había descarnado a su amada en su presencia.
La muerte había llegado no postrera sino mostrándose anticipada.
¿A dónde se había ido tanta carne? ¿qué era aquella visión trasgresora al curso
natural de la vida?
Sólo huesos sin tumba observaba en los aparatos, una apariencia ultraterrena
pero elocuente había surgido ante sí.
Aquella mano carnosa, tibia, a la que tantas veces había acariciado y sentido
sólo mantenía aquel anillo de una boda ensoñadora.
El estupor entre curiosidad y miedo le instaba a observar y palpar.
Su amada seguía ahí pero estaba con una mano en la sepultura.
Al final del día ella se mantuvo. La carne volvió a su lugar y pudo sentir su tacto en el lecho.
Había visto una parte de la muerte en vida, aunque todo fuera una incógnita hasta la muerte.






El retrato de un amigo muerto, los gatos y tu recuerdo


El retrato de un amigo muerto, los gatos y tu recuerdo.
Es lo que queda en lo que otrora fuera un minúsculo nido de amor,
y que ahora es una mansión con mil hectáreas de vivencias.

El retrato de un amigo muerto, los gatos y tu recuerdo.
Donde el primero me dice que todo sana, los segundos que hay que ser un poco indiferente y lo tercero que aún seguimos siendo humanos.

El retrato de un amigo gato muerto y tu recuerdo.
Así ya, sin orden, diluidos, porque todo duele y de todo aprenderé.
A coleccionar retratos, a enmarcar recuerdos y a no olvidar alimentar a los gatos.

Tito Rosales


Obra: "Retrato de hastío" Plumón, pluma de gel, tinta china en hoja blanca. Autor: Tito Rosales








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