L'Inconnue de la Seine
El viento se sentía en sus sienes recorriendo
cada rescoldo entre sus cabellos crespos, brillantes a la luz de la luna llena.
Ya no era la brisa sutil que le había acariciado anteriormente, al estar parada
en aquel risco artificial de concreto. Meciendo sus lagrimas saladas a través
de su tez de mármol, sonrojada por la dilatación de los humores y emociones que
le habían agobiado durante todo el día. ¡Todo un día! No. Ya no era esa brisa.
La gravedad le había dado un regalo a su dolor. Ahora, flotaba en aquellas
penumbras, bajo la bóveda celeste y girando suavemente. Una lagrima salía y se despedía.
Otra lagrima se presentaba y también se iba. Entre cada lagrima, se secaba la sensación
de hastío. De desesperanza. Su pecho se fue expandiendo, dejando de
aprisionarla, un aire atiborrante llenaba sus pulmones de frescura, su nariz
inhalaba el olor a álamos temblones y sauces. Mientras con ojos muy abiertos veía
las estrellas frente a ella. Saludándola. Expandía sus brazos, como no
queriendo dejar para nadie aquel espacio que ya había hecho suyo. Sus ropajes habían
desaparecido ya, así que desnuda y acariciada se sentía por fin plena. Fuera de
aquella tierra que como enraizándola había detenido sus pasos día tras día
desde el comienzo de su existir. Reptando, escabulléndose entre aquellas imágenes
adoquinadas llamadas ciudades. Hoy, ese día. Un cuerpecillo pueril, de alma y
de sentir dejaba de resistir todo el
embate cotidiano. Ya no por cobardía, sino por embriaguez. Tanta vida y tan
poco espacio no se podrían compaginar. Pero ahí, en aquellos instantes de ingravidez
y amor sentía haber vivido en segundos lo que jamás pudiera haber hecho allá
con los mortales. Con los morales. Algunas lagrimas aun salían de aquel
cuerpecillo enjuto pero vivaz. Tan grande como el espacio y tan intimo como
ella misma. El cabello crespo seguía un vaivén hipnótico y ella jamás volvió a mirar
al suelo. Solo a las estrellas. Esbozo una calida sonrisa al infinito al
saberse mas viva que los que seguirían en tierra. Con los ojos cerrados esperó
tranquila el final. Así, de súbito un golpe fuerte chapoteaba las aguas del
Sena, suceso que en el amparo de la noche nadie notaría. Solo ella, desaparecía ahí. Alegre, satisfecha con
la misma sonrisa eterna que jamás se borraría. Ahí, feliz, sus lagrimas se unían
al gran rió rumbo a Ruan, Le Havre y finalmente a La Manche.
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