jueves, 30 de agosto de 2012

L'Inconnue de la Seine



El viento se sentía en sus sienes recorriendo cada rescoldo entre sus cabellos crespos, brillantes a la luz de la luna llena. Ya no era la brisa sutil que le había acariciado anteriormente, al estar parada en aquel risco artificial de concreto. Meciendo sus lagrimas saladas a través de su tez de mármol, sonrojada por la dilatación de los humores y emociones que le habían agobiado durante todo el día. ¡Todo un día! No. Ya no era esa brisa. La gravedad le había dado un regalo a su dolor. Ahora, flotaba en aquellas penumbras, bajo la bóveda celeste y girando suavemente. Una lagrima salía y se despedía. Otra lagrima se presentaba y también se iba. Entre cada lagrima, se secaba la sensación de hastío. De desesperanza. Su pecho se fue expandiendo, dejando de aprisionarla, un aire atiborrante llenaba sus pulmones de frescura, su nariz inhalaba el olor a álamos temblones y sauces. Mientras con ojos muy abiertos veía las estrellas frente a ella. Saludándola. Expandía sus brazos, como no queriendo dejar para nadie aquel espacio que ya había hecho suyo. Sus ropajes habían desaparecido ya, así que desnuda y acariciada se sentía por fin plena. Fuera de aquella tierra que como enraizándola había detenido sus pasos día tras día desde el comienzo de su existir. Reptando, escabulléndose entre aquellas imágenes adoquinadas llamadas ciudades. Hoy, ese día. Un cuerpecillo pueril, de alma y de sentir dejaba de resistir  todo el embate cotidiano. Ya no por cobardía, sino por embriaguez. Tanta vida y tan poco espacio no se podrían compaginar. Pero ahí, en aquellos instantes de ingravidez y amor sentía haber vivido en segundos lo que jamás pudiera haber hecho allá con los mortales. Con los morales. Algunas lagrimas aun salían de aquel cuerpecillo enjuto pero vivaz. Tan grande como el espacio y tan intimo como ella misma. El cabello crespo seguía un vaivén hipnótico y ella jamás volvió a mirar al suelo. Solo a las estrellas. Esbozo una calida sonrisa al infinito al saberse mas viva que los que seguirían en tierra. Con los ojos cerrados esperó tranquila el final. Así, de súbito un golpe fuerte chapoteaba las aguas del Sena, suceso que en el amparo de la noche nadie notaría. Solo  ella, desaparecía ahí. Alegre, satisfecha con la misma sonrisa eterna que jamás se borraría. Ahí, feliz, sus lagrimas se unían al gran rió rumbo a Ruan, Le Havre y finalmente a La Manche.

No hay comentarios:

Publicar un comentario